Bárbaros, espadas, sangre y chicas guapas

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Conan ilustrado por Frank Frazetta
Hace siglos, en el paleolítico, tenía este peregrino unos 16 años. Trabajaba en una farmacia, dentro de una especie de centro comercial. Para volver a casa, en la otra punta de Buenos Aires, tenía que caminar casi un kilómetro, hasta la parada del colectivo. Por suerte era la cabecera (el punto de partida del recorrido, vamos), por lo cual siempre ibas sentado -en el del fondo, a la derecha- y podías leer o dormir. Pero me estoy yendo por el rumbo de los tomates. 

El caso es que, en el trayecto entre mi trabajo y la parada había un kiosco de diarios y revistas, y un día mis ojos adolescentes se fijaron en una ilustración de un librito: mostraba un bárbaro semidesnudo, que levantaba a un pobre diablo agarrándolo por el cogote, mientras que con la otra mano blandía un hacha descomunal con intenciones non sanctas. Arriba ponía "Conan el vengador". Lo compré (costaba una miseria, menos que una revista) y subí al bondi (autobús, vamos) con él. Porca miseria, no sabía yo que era el comienzo de una larga e inenarrable amistad, que me dura hasta hoy. En ese primer libro, a Conan le raptaban a su mujer mediante un engendro de la noche, con lo cual el tipo, ni corto ni perezoso, agarra un caballo y se embarca en una persecución que lo lleva ¡hasta China! desde su palacio en Aquilonia, que caería más o menos por Francia. Naturalmente, antes de matar al malvado chino, pasan tropecientasmil cosas: lo toman prisionero, escapa de un sitio inexpugnable, saquea una ciudad, se liga a una chica... era un torrente imparable de acción divertido como el demonio.

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Mi primer Conan y el último
En ese momento no sabía yo que había topado con el género de la Sword & Sorcery (Espada y brujería) también llamado Fantasía Heroica. El padre de Conan me resultaba familiar por ser parte del Círculo de Lovecraft, una banda de escritores reunidos alrededor de la enigmática figura de Howard Phillips Lovecraft, el genio de Providence. Es literatura pop en el mejor sentido de la expresión: nada pretenciosa, de acción, de prosa ágil y directa... sería la pesadilla de un lector refinado y culto de los que leen con monóculo. Pero apela a lo mejor del ser humano, su imaginación. Robert Howard, al crear a Conan, dio rienda suelta a sus fantasías más profundas: no ser un hombre que nunca salía de su casa y que se suicidó al morir su mamá, sino ser un guerrero bárbaro infatigable y fornicador, que vivía aventuras incomparables y sangrientas y que podría decir como Roy Batty he visto cosas que vosotros no creeríais. Pero al hacerlo, sintonizó con millones de personas que, como él, también soñábamos con escapar de nuestras grises vidas y recorrer una estepa al galope, espada a la espalda, con la idea de obtener un botín tras una sangrienta lucha.

Han pasado muchos años de aquello, pero aún conservo aquel librito, maltrecho ya (he perdido la tapa). Pero lo que no he perdido es el afán de maravillas -quizá por eso he vuelto a comprar la colección, por suerte reeditada-. Así que si alguna vez ven que pasan días y días y este blog no se actualiza, puede ser que el Peregrino Gris se haya agenciado espada y caballo y se encuentre galopando por los caminos del mundo, quizá en compañía de Aragorn y Conan. Cosas más raras se han visto.