Lartéguy, el escritor olvidado

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Hoy les quiero hablar de un escritor injustamente olvidado. Jean Lartéguy, nacido Jean Pierre Lucien Osty, fue unos de los autores que acompañaron mi adolescencia y al que sigo releyendo de vez en vez. Fue bastante popular en los años '70 y principios de los '80, y uno de sus libros fue llevado al cine con un resultado horripilante. 

Jean fue un hombre que vivió en y para el fenómeno más monstruoso que produce el ser humano: la guerra. Su primer y brutal contacto lo tiene en 1939, al ser movilizado para hacer frente a la picadora de carne, la Whermatch, en el seno del Ejército francés. Era ya la etapa de la débacle final, y vivió una experiencia humillante que lo marcaría para el resto de su vida: por un error logístico en esos últimos y desesperados días, con el Ejército francés disolviéndose caóticamente, perdió a su unidad. Una vez averiguó su paradero, se dirigió hacia allí a marchas forzadas. Iba caminando aprisa, la vista en el suelo, con su ridículo casco coronado por un pincho, cuando al doblar una curva cerrada escuchó una carcajada a las que siguieron muchas otras. Alzó la vista y quedó aterrado al descubrir que acababa de meterse de lleno en una columna de panzers alemanes. Sin saber qué hacer siguió caminando mientras los nazis se reían y le sacaban fotos. Creyó que lo matarían, que lo tomarían prisionero... pero no, le tiraron chocolatinas y lo saludaron llamándolo soldadito de plomo. Se reincorporó a su unidad justo a tiempo para la firma de la rendición francesa.

Sería inútil hacer un resumen del resto de sus actividades: escapó a España en el '42, siendo apresado; logró escapar y unirse a De Gaulle, se entrenó como comando con el legendario Orde Wingate (el padre de las fuerzas especiales y más tarde de las Fuerzas de Defensa de Israel), peleó en más batallas de las que pueden contarse... una vez retirado, no pudo adaptarse a la vida civil: tenía inoculado el virus de la guerra. Fue corresponsal en Vietnam, Indochina, Argelia, Corea, Latinoamérica... y escritor.

Los tres libros que le dieron fama suelen ser erróneamente llamados "trilogía", cuando no lo son: dos de ellos son ciertamente continuación uno del otro, pero el tercero no tiene nada que ver. El primero de la saga es Los centuriones, que narra la caída de la Indochina francesa y el comienzo del conflicto de Argelia. Aquí nace una serie de personajes inolvidables (inspirados en parte en antiguos compañeros de guerra): el coronel Raspéguy, un recio vasco-francés, el capitán Esclavier, prototipo del paracaidista, el aristócrata Glatigny, el enigmático Boisfeuras... con ellos Lartéguy nos introduce en los orígenes del olvidado conflicto argelino. Y en su continuación, Los pretorianos, nos narra con maestría el fin de la Argelia Francesa y el comienzo de la Independencia. El tercer libro, Los mercenarios, narra las andanzas del batallón francés en la guerra de Corea, con lo que obviamente vemos que no se trata de una trilogía, si bien este libro está trufado de recuerdos personales del autor.

Finalmente están sus memorias, un libro llamado La guerra desnuda. Es apasionante, un libro sobre la guerra escrito por alguien que ha vivido toda su vida a su sombra. Y en cierta forma parece hablarme a mí, ya que al leer Los centuriones y demás, llegué a creer que la guerra era una especie de aventura apasionante, algo romántico y peligroso. Y en este libro de memorias Jean nos cuenta cómo el libro se le escapó de las manos... él quería advertir contra los peligros de la guerra, y terminó haciéndola atractiva y deseable para muchos jóvenes cabezas huecas como era yo por esa época. 

Ahora, ya desengañado y descreyendo de causa alguna (creo que vivimos tiempos postapocalípticos), releo alguna vez las andanzas de Raspéguy y los suyos. Pero las leo con la sonrisa condescendiente del adulto que ve jugar a los niños, y me pregunto asombrado cómo alguna vez pude tragarme esos cuentos chinos de patrias, banderas y soflamas por los que matar y morir. "Juventud, divino tesoro", dicen algunos... juventud, ilusa, es a ti a quien recurren cuando necesitan derramar sangre por tonterías, digo yo. Pero a pesar de todo, sigue gustándome el viejo Lartéguy, porque tuvo el coraje de arriesgar el pellejo por lo que creyó justo, y es más de lo que podemos afirmar la mayoría de nosotros.