Los viejos buenos tiempos

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Sir Henry Morton Stanley
¡Ah, qué tiempos aquellos en que andábamos por los Grandes Lagos del Valle del Rift buscando al Dr. Livingstone! (magistral la escena que montó mi amigo Stanley). Y eso de andar descubriendo las cataratas Victoria porque nos aburríamos, y las noches de campamento en la sabana, rodeados de la oscuridad impenetrable, y con un dosel de estrellas como no he vuelto a ver sobre nosotros. Eso por no hablar de cuando remontábamos el Ganges para llegar a su fuente, a pesar de que los Sadhus nos advirtieron que los descastados como nosotros (es literal, los no-indios no tenemos casta) no eran bien recibidos por allí. Y llegar a Gangotri y ver el glaciar y los hilos de agua que son en su origen el poderoso Ganges. Y ni mencionar cuando cruzamos Australia en camellos, aunque algunos amigos y camaradas dejaron la piel allí. O cuando desde Argel bajamos hasta Tamanrassett (Tam para los amigos), y de ahí al país Tuareg, y fuimos los primeros en entrar en Agadés, para luego torcer hacia el Oeste y llegar a Tombuctú, vía Gao y Mopti (guardo un imborrable recuerdo de los acantilados de Bandiagara y los singulares Dogon). Y luego volver y cruzar el infernal desierto del Teneré, tan letal que no vine en él ni los escorpiones. Fuimos los primeros en hacerlo, sí señor. Los viejos buenos tiempos.

Es lo bueno de la memoria: puedes crear los recuerdos que se te dé la gana.