Lo único bueno de tener que salir
a caminar por prescripción médica es apreciar el variado ecosistema que puebla
la ruta del colesterol. He aquí unos ejemplos:
El gordito: Gente como yo,
a la que el médico sugirió caminar, o que quiere perder kilos. Suele
reconocérsenos, además de por la silueta que recuerda la popa del Titanic, por
el andar pachorriento, mirando las flores y en babia. Nunca caminan a la
velocidad que les han aconsejado para que la caminata sea de algún provecho.
MP3 obligatorio.
La morsa galopante: Es el
caso contrario al anterior: unos no llegan y otros se pasan. La morsa hace caso
omiso a lo que le dijo su médico acerca de no maltratar sus rodillas, y hace
temblar la tierra con el golpeteo rítmico de 150 kilos contra el suelo. Imagino
que cuando llegan a casa rojos, sudorosos y jadeantes, caerán en la cama o el
sofá a comerse unos buenos dulces para reponerse del bajón de glucosa,
volviendo a ganar las calorías que quemaron.
Geriatric Man: El típico
jubiletas que va a su bola, con bastón o sin él. Suelen ser amables y los
únicos que saludan al cruzarse contigo. En pandilla son terroríficos: ocupan
todo el ancho del camino sin consideración alguna por los demás y exasperan a
los superdeportistas. Cada vez hay menos, pero entre ellos hay una
verdadera rara avis: el que sale a caminar sin la radio y un pinganillo.
Cuando un geriatric man se transforma en morsa galopante, puedes tener que
hacer un uso inesperado de tus conocimientos de reanimación cardiopulmonar.
El superdeportista:
Enfundados en lycra negro (esta ropa es obligatoria: se sabe de
superdeportistas que han sido lapidados por salir a correr en chándal), éstos
pasan a tu lado como una exhalación, haciendo gala de su poderío. Ellos suelen
llevar camisetas hiperajustadas para marcar torso y ellas top para que se vean
los abdominales duros. Un adminículo electrónico carísimo es indispensable, con
contador de calorías, de pasos, de zancadas, de ritmo cardíaco, previsión
meteorológica, últimas noticias, pararrayos y expendedor de café solo y con
leche. Eso sí, siempre la cabeza al aire, aunque caiga un sol de justicia: la
gorra no es fashion.
El ciclista: estos hijos
de Induráin no se conforman con molestar en la carretera, donde se saltan las
leyes de tráfico y actúan como si estuvieran en el Tour de Francia, disfraz
incluído, sino que invaden también las rutas peatonales. Casco, maillot, lycra
(¡cómo no!) artilugios diversos, casco, zapatillas especiales, depósito de
agua... todo como para dar la vuelta a España, pero en realidad dan vueltas por
la ruta, atropellando a la gente y molestando a los caminantes. Un encontronazo
entre uno de éstos en plan hombre-bala y un grupo de geriatric-man puede ser
letal y requerir la intervención de una UVI móvil o un helicóptero
medicalizado.
Señoras que: En una
combinación inverosímil de chándal, zapatos y gorrita con logo del súper, las señoras
que suelen ir en corrillos. A veces los gorditos nos ponemos a zascandilear
detrás de un grupito de éstos andando más despacio que de costumbre (lo que ya
es decir), y sacamos más información que leyendo Wikileaks. Puede ser útil, en
una de ésas aquella vecina maciza a la que echamos el ojo se divorció y uno no lo
sabe.
Claro que hay más subtipos, y
combinaciones posibles, pero no quiero abusar de la paciencia del desventurado
lector. Al menos podrá divertirse adivinando categorías durante su próxima –y
aburrida- caminata.
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