Una oscuridad roja y líquidos que
corren, y el lejano, regular, incesante tam-tam. Y los oscuros pensamientos que
no son pensamientos y los movimientos leves, breves, furtivos, lentos. Las
sacudidas, el balanceo, el girar, ni arriba ni abajo, sólo un Aquí. Y el tiempo
no existe, ni ayer, ni ahora, ni mañana, por supuesto. La paz anterior a la
Caída, cuando el mundo era joven. El apacible mar rodeando todo, marcando los
suaves límites imprecisos. El obsesionante latido, y los fluidos, y cada cosa en
su lugar preasignado, cumpliendo silenciosamente su función y su propósito.
Cosas que aún no cumplían función alguna, pero que lo harían, sí que lo harían.
Y cosas que ahora funcionaban, y más tarde serían inútiles e innecesarias. Pero
en ese tiempo sin tiempo, en ese espacio ingrávido todo era posibilidad,
promesa, futuro, si tal cosa existía. Todo transcurría exacto, invariable pero
cambiante, cada vez más y más complejo, como si el orden ilusoriamente le
ganara la batalla a la entropía. Los sistemas crecían, se ampliaban y
diversificaban, y los líquidos corrían, y el lejano tambor batía y batía.
Alguna vez un pequeño sobresalto, una irrupción, un momentáneo desorden. Algo
que empujaba rítmicamente desde abajo (¿abajo?) mientras el sonido lejano se
aceleraba y todos los humores corrían más deprisa. O presiones desconocidas
desde delante o arriba (¿?). Pero Ahora, ahora hay un Ahora, algo cambia, el
Universo se cierra, se comprime, el lejano sonido se acelera más, cada vez más
y la presión y un dolor y deslizarse y caer y el horror y el miedo atrozmente
primitivos sin nombre aún, sólo miedo y de repente el estallido, la luz, el
aire.
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