Mostrando entradas con la etiqueta General. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta General. Mostrar todas las entradas

El forense que cometió un pequeño error de cálculo



El doctor Bill Bass es una leyenda en el campo de la criminología, la antropología forense y la entomología forense. Es el creador de la “granja de cadáveres”, un sitio donde se estudia algo que parece repugnante, pero que es esencial para la resolución de muchos crímenes: la descomposición de los cuerpos. Ha hecho enormes contribuciones a la ciencia forense y ayudado a resolver multitud de casos criminales. Pero es humano, y a veces puede meter la pata. Y cierta vez, vaya si la metió.

En 1977 recibió una llamada desde Franklin, Tennessee: en una antigua casa había un pequeño cementerio que albergaba cuerpos que se remontaban a la Guerra de Secesión. Una de ellas, la del Teniente Coronel William Shy, muerto en 1864 en la batalla de Nashville, había sido profanada. En un primer momento el sheriff local echó un somero vistazo, decidió que seguramente habían sido saqueadores en busca de objetos de la guerra civil y pasó del tema dado que era Navidad, prometiendo volver unos días después.

Efectivamente, volvió el día 29, y al remover un poco la tierra suelta, encontró algo espeluznante: un cadáver reciente, elegantemente vestido y decapitado. Lógicamente se formó un revuelo, y como aquello necesitaba la intervención de un especialista, llamaron a Bill Bass. Éste, no sin trabajo, extrajo el cuerpo y lo llevó al laboratorio. El cuerpo no olía precisamente a rosas, pero estaba aún sonrosado y Bass calculó que llevaba muerto unos meses, pero sin duda menos de un año.

Dr. Bill Bass
Había cosas desconcertantes: la elegancia de la ropa (¿quién se viste de punta en blanco para profanar una tumba?), el hecho que faltara la cabeza, y otros detalles que no cuadraban. Finalmente, los ayudantes del sheriff encontraron la cabeza dentro del ataúd de hierro, o más bien lo que quedaba de ella: el cráneo estaba partido en diecisiete pedazos. Tras reconstruirlo, resultó evidente que ese hombre había muerto por un disparo de un arma de gran calibre.

Y entonces Bass recibe una llamada del laboratorio: la elegante ropa (al principio pensaban que podría tratarse de un camarero o incluso un asistente a una boda) era exclusivamente de algodón, no tenía etiquetas, y los pantalones eran muy extraños: las perneras se cerraban con cordones. Una desagradable sospecha empezó a corroer a Bill: tal vez no se trataba de que un asesino hubiera tratado de ocultar a su víctima dentro del ataúd (buen lugar para esconder a un muerto), sino todo lo contrario. Y cuando llegaron los análisis de tejidos del cuerpo, las sospechas se confirmaron: el cuerpo era el del Tte. Coronel Shy, muerto por un disparo a bocajarro en la frente. ¿Y porqué el cuerpo estaba tan bien conservado? Porque al ser miembro de una familia pudiente, había sido embalsamado, y el hermético ataúd de hierro había ralentizado la actividad microbiana por falta de oxígeno.

El pitorreo fue monumental: ¡una eminencia forense se había equivocado en 113 años al datar la fecha de la muerte! El viejo soldado fue vuelto a enterrar con honores militares, y el pobre Bass, durante el resto de su carrera, tuvo que oír en los juicios la inevitable pregunta de los abogados… “¿es cierto o no que usted se equivocó en 113 años al datar la fecha de una muerte? No hay más preguntas, su Señoría”.

Pero esta rocambolesca historia sirvió de mucho: Bass se dio cuenta de lo poco que se sabía sobre los procesos post-mortem, y lo fundamental que resulta ese conocimiento para la criminología, así que en cierto modo esta monumental pifia fue la que, décadas más tarde, lo impulsó a crear el Centro de Investigación Antropológica, que tan buenos servicios ha prestado. Dicen que de los errores se aprende, y es muy cierto.

Fuente: Bill Bass, "Death's Acre"

Historia de un fraude "espiritual"



Había una vez en la India un señor con una túnica naranja. Expresión beatífica, como no podía ser menos. Su nombre ya nos avisaba que era un dechado de modestia: Bhagwan Sri Rajneesh. Pues "baghwan" significa "dios" o "divino" y "Sri" significa "santo". Ya ven, modesto el hombre. Tenía un ashram, una de esas escuelas de yoga, meditación, ayurveda y todo lo que pirra a los de la new age europea y norteamericana.
 
El dios bajo custodia policial
Esta especie de centro turístico-espiritual estaba presidida por un letrero: "Dejen en la puerta los zapatos y la mente". O sea que el Sri se encargaría de pensar por ti. Maravilloso. El problema es que llegaban allí muchas personas afligidas, con trastornos diversos, que buscaban en sus "enseñanzas" la cura para sus males... y si uno de estos era rico, a por él: el dios viviente tenía la colección de Rolls Royces más grande del mundo, superando a los jeques árabes, lo que ya es decir.

Pero al parecer había dos niveles en este circo: el inofensivo parloteo acerca de la reencarnación y tal; y una parte más oscura que incluía abusos sexuales y palizas. El invento llegó a su fin cuando el príncipe Christian de Hannover murió de forma poco clara, y fue apresuradamente enterrado sin esos formalismos absurdos como son las autopsias y los certificados de defunción.

Sri, que sería de todo, pero no tonto, se largó de la India, mudándose con su grupo a Antelope, Oregón. Los vecinos se alarmaron al ver que estaban erigiendo un complejo fortificado que contaba con unas fuerzas de seguridad armadas (al parecer el día que enseñaban el tema de la no violencia el Divino Bhagwan faltó a clase). La débacle se produjo cuando vertieron productos tóxicos en la comida de un supermercado. La comunidad se deshizo en medio de acusaciones mutuas, y dicen que por los servicios de salud mental todavía quedan algunos discípulos del dios indio.

Meditando sobre cómo desplumar incautos
Ahora bien, ¿qué pasó con este tipo? ¿Está en la cárcel o algo?. Qué va: se metamorfoseó en "Osho", hasta su muerte sin haber pagado por un solo delito (cosa que sí les sucedió a varios de sus seguidores), produciendo una pseudoliteratura basura a medio camino entre el misticismo y la autoayuda para dummies. Si alguna vez vais a una librería, o incluso una gran superficie, mirad en la sección de "espiritualidad" y veréis estantes enteros de libros de "Osho". Como dice el tango "el que no roba, no mama, y el que no afana es un gil".


Información del libro "dios no es bueno", de Christopher Hitchens.

Mis épocas históricas favoritas



Vaya a modo de advertencia que el que me guste aprender sobre estas épocas no quiere decir que me gustaría vivir en ellas: seguramente en Roma sería un esclavo o un legionario con más cicatrices que un mapa, en la Edad Media un siervo de la gleba o en la India un Dalit. Pero dado que el tiempo es limitado, y estoy más cerca de la tumba que de la cuna, hay que escoger, y aún así terminas sabiendo casi nada acerca de casi todo. En fin, ahí va esta sucinta lista, que obviamente no le interesa a nadie lo más mínimo, pero hoy tengo los dedos inquietos (por el teclado, digo).

  • Los orígenes: vale, no es Historia, es Prehistoria, pero me vale igual. La paleoantropología, nuestros ancestros prehumanos y humanos en el este de África (y en el sur) me fascina.
  • Egipto: Una cultura que me impresiona mucho, a pesar de ser un completo ignaro acerca de ella: sé cuatro cosas básicas, pero esa filosofía vital tanatocéntica me llama mucho la atención.
  • Roma: Mi gran amor. Confieso que no tanto el período republicano ni su caída, sino el auge del Imperio. Mi pasión por este período me llevó a hacer disparates como comprar camisetas alusivas al tema, numismática y hasta una réplica de un gladius hispaniensis.
  • Edad Media: Un período espantoso (desde mi punto de vista), pero el siglo XIII sobre todo, con la iglesia comenzando a hacerse pedazos es interesante. Y la arquitectura de la época me chifla.
  • Pueblos escandinavos: Los Wykings y sus andanzas me fascinan. No eran sólo una panda de brutos salvajes, sino que tenían unas mitologías y una literatura más que interesantes. Mi interés por ellos se debe a Borges (cómo no)
  • Renacimiento: Vaya pandilla. Entre Borgias, Médicis y demás amiguetes, es una época de lo más entretenida.
  • La Inglaterra victoriana: Aquí me centro en el afán explorador (Burton, Speke & cía), y entronca con una gran pasión, la India.
  • India: como su historia (al igual que la china) es inabarcable, lo que he leído se centra sobre todo en el período de Gandhāra y en la figura de Ashoka. Por lo demás, su religión (o los centenares de ellas) son fascinantes.
  • Japón: Otro país de historia intrincada, con sus Shogunes & cía. Al igual que en el caso indio, me gustan mucho sus pensamientos filosófico-religiosos, aunque obviamente no crea en ellos.
  • Irlanda: Aquí me centro en dos períodos: su antigüedad (y sus mitos y folklore) y su lucha -inacabada- por la independencia de los brits. La época del Easter Rising y la Guerra Tan son mis favoritas, aunque no he perdido de vista luchas posteriores.
  • Historia bélica: La guerra es horrible, y como muchas cosas horribles ejerce una perversa fascinación. No me atraen todos los períodos, pero he leído mucho (demasiado) sobre las Legiones Romanas, los Tercios de Flandes, el Óglaigh naHéireann, la guerra de Vietnam, Afganistán, la segunda guerra del Golfo y las guerras de los Seis Días y Yom Kippur. Pero desde luego (mi primer libro sobre el tema lo leí de crío) lo que me conozco de cabo a rabo es el bárbaro abismo -Tolkien dixit- de la Segunda Guerra mundial (WWII para los amigos). Creo que nunca la humanidad alcanzó una sima tan profunda de bestialidad inhumana (o humana, demasiado humana, que diría el Bigotes). Desde el ascenso de la Bestia hasta su miserable final, son centenares de libros que he devorado sobre el tema, tanto en su vertiente puramente militar como en la ideología nazi y particularmente en la bestialidad de la Shoá.

En fin, seguro que me dejo algo en el tintero, pero como ya digo, por el dichoso tiempo, toca siempre escoger. Ahora ando con otros temas, pero siempre vuelvo a mis viejos libros de Historia. Por algo será.

Roma, el Caput Mundi


Crueldad gratuita y redes sociales

Es ampliamente conocida (aunque no bien conocida) la personalidad psicopática, que suele asociarse a esos monstruos que de vez en vez aterrorizan a la sociedad con repugnantes crímenes. Eso es lo que llamaríamos un psicópata criminal. Pero hay infinidad, muchísimos más que éstos, que se denominan psicópatas subcriminales: personas con mentalidad psicopática (crueldad, carencia de empatía, incapacidad para el remordimiento) que nunca llegan a delinquir, desfogando sus insanas pulsiones a través de otras vías. E Internet, con su anonimato -relativo, es anónimo para la gente de a pie, pero transparente para la policía, los Servicios de Inteligencia y demás- es terreno abonado para que medren estos ejemplares.

Efectivamente, la Red es lo que en el Indostán llamarían Samsara: un juego ilusorio de apariencias donde se muestra sólo lo que se quiere mostrar, y algunas mentes retorcidas crean verdaderos alter ego, con minucioso detalle. En efecto, si estás intercambiando impresiones con alguien que lleva la foto de una chica rubia, dice llamarse María de las Mercedes y que vive en Ciudad Real, no puedes saber realmente si es ella o un tipo llamado Manolo, barbudo y que reside en Pamplona. Esto puede ser simplemente un juego que lleva adelante alguien con una vida muy (muy) aburrida, o algo más: una de las facetas de los depredadores de Internet.

Tras tantos años en este medio, y habiendo leído algo al respecto, creo que la persona que entra a las redes para hacer daño encaja en uno de los subtipos definidos por Robert Ressler, creador de la Unidad de las Ciencias de la Conducta del FBI, principalmente por sus motivaciones. Tenemos en primer lugar a la persona que ejerce la crueldad por diversión: esto nos parece aberrante a la mayoría de nosotros, pero hay bastantes seres sin escrúpulos ni remordimientos a los que causar daño psicológico o emocional les regocija. Tiende su trampa, espera pacientemente a que el/la víctima haya entrado en su red y le otorgue su confianza (a veces incluso su cariño más profundo) y entonces, como una araña venenosa, le asesta el golpe de gracia, dejando a la otra persona dolorida, machacada, humillada, y por monstruoso que parezca esto le genera un gran regocijo y diversión. Otra muesca en su revólver, y a por el siguiente.

En segundo lugar encontramos a alguien que roza ya lo enfermizo (pero ojo, no son enfermos): es el caso de quienes realizan estos actos por placer, a veces en cumplimiento de una fantasía. Personas amargadas, arrastrando toneladas de complejos, que quizá en su día sufrieron un golpe y, enfadadas con la vida, se toman desquite -según su anormal óptica- en otros, sabiéndose impunes ya que nada de esto es delictivo, sólo repugnante. Con meticulosa paciencia crean una situación y una personalidad, mostrando una cara que no es realmente la suya, que suele ser encantadora e irresistible. Luego proceden como en el caso anterior: una vez atrapada la víctima en su red, la destrozan emocionalmente, mostrando su vil rostro (esta vez sí el real) y hallan una gran placer en ello. Naturalmente, este placer es efímero, por lo que una vez acabada su tarea, vuelven a urdir otra treta para el próximo incauto.

¿Qué hace ante estos casos? Realmente, no se puede hacer mucho. Si pasas de la red social a otros medios, y en una videoconferencia ves que María de las Mercedes es efectivamente una chica, sólo constatas eso: la webcam no revela los pensamientos (naturalmente, si en realidad es Manolo, siempre hallará una excusa para eludir esto: no tiene webcam, se le rompió justo ayer, etc). Sólo queda estar atento, muy atento. Y si las cosas huelen muy mal, recopila pruebas: capturas de pantalla, historiales de chat, SMS si tuviste la imprudencia de darle el teléfono, tweets... todo lo que sirva en caso de que cruce la línea -cosa que estos depredadores/as sucede raramente- y tengas que interponer una denuncia.

La Red es un sitio genial. Tienes a tu disposición ingentes cantidad de información en menos de un segundo. Las mismas redes sociales te permiten conocer a gente estupenda. Pero nunca olvidemos que es un ecosistema, y en él encontramos desde la más bella ave al más repugnante y letal insecto. Así que a pasarlo bien, pero siempre con el radar activo. Más vale prevenir que curar.

La Saga escandinava más absurda jamás escrita



Quienes me conocen saben que dos de mis aficiones (bastante disímiles) son la historia del budismo y –Borges dixit- las literaturas germánicas medievales.  Cosas bastante diferentes, obviamente, pero como la realidad supera siempre a la ficción,  una antigua leyenda de la llanura del Ganges dio el salto a las brumosas tierras de Escandinavia e Islandia y terminó con el Buddha santificado. No, no es broma. Como diría Jack el Destripador, vayamos por partes.

La historia del budismo es bastante conocida, y sólo basta recordar un par de cosas: está una primera etapa, que dura unos siglos, en la cual se mantiene bastante fiel a la enseñanza original de Sâkyamuni: huye del sobrenaturalismo, es bastante pragmática, y el fin último que buscan, el Nibbana, no tiene nada de milagroso ni de fenómeno post-mortem. Es lo que hoy se conoce como budismo Theravada (o un poco despectivamente como Hinayana). Pero con el paso del tiempo, obviamente la doctrina se sincretiza, y aquí nace el budismo más conocido hoy: místico, mágico, con un Buddha sobrenatural que hace milagros, etc. Pues bien, una de las leyendas del Mahayana es la que nos ocupa hoy, es bastante conocida:

El Príncipe Siddhartha, que vivía en un reino de las Marcas fronterizas del Norte de la India, el reino de los Sâkyas (de ahí su apelativo Sâkyamuni, el Sabio de los Sâkyas), es encerrado por su padre, el rey Suddhodana, en un palacio donde todos son jóvenes y bellos, porque quiere privar a su hijo de la visión de la vejez, la enfermedad, el dolor y la muerte. Naturalmente, cuando nos prohíben algo queremos hacerlo con más ganas aún, por lo que Siddharta sale del palacio y ve a un anciano, un enfermo, un cadáver y un monje mendicante lleno de felicidad, y decide que ése será su camino: enseñar al mundo cómo librarse del dolor y el sufrimiento.

Bien, la escueta leyenda –a veces muy adornada- es ésa. Pasan los siglos, y el relato, en boca de los comerciantes de las caravanas, se va extendiendo. Eventualmente llega a tierras escandinavas, donde a principios del siglo VII un anónimo monje cristiano compone la historia “Baarlam y Josafat”, luego a instancias de Hákon Hákonarson se escribió en el siglo XIII una saga: la Baarlaams Saga. ¿Adivináis de qué se tratan ambos relatos? De la historia de Josafat, hijo del Rey de la India (sic), encerrado en un palacio, que descubre la enfermedad, la vejez y la muerte… etc, etc, etc., sólo que en este panfleto, alcanza la Salvación por su conversión al cristianismo mediante la oportuna intervención del ermitaño Baarlam.

Es ésta una historia interesante para mí porque ejemplifica a la perfección el dilema con que nos enfrentamos los amantes de las cosmogonías nórdicas: casi todas ellas, al ser transcritas y copiadas por monjes cristianos, se hallan en mayor o menor medida contaminadas de cristianismo, aunque suele pasar que las interpolaciones son bastante evidentes: el rústico, agreste sabor del relato original es radicalmente distinto de la propaganda santurrona, con lo cual el lector avezado (o que consulte una buena versión que aclare las partes añadidas e inventadas) puede disfrutar de algo bastante parecido al original.

Y para guinda del pastel, y que no digáis que soy tacaño, lo más delirante de toda esta rocambolesca historia: En el siglo XVI el cardenal César Baronio incluyó al tal Josafat de la Saga en el Martirologio Romano, y así el Buddha se vio elevado a los altares de la Iglesia Romana sin comerlo ni beberlo. La primera parte de esta breve historia no es más que el decurso de los siglos y la influencia del tiempo en las narraciones; la segunda parece más propia de una ópera bufa.

Fuentes: Jorge Luis Borges, “Formas de una leyenda”, en “Otras Inquisiciones”.
                Jorge Luis Borges, “Literaturas germánicas medievales”
                Tenzin Gyatso, XIV Dalai Lama, “El mundo del budismo tibetano”
                Majjima Nikâya, Anónimo

Días de la semana en inglés y dioses nórdicos



Ya veis, en estas chuminadas me entretengo cuando me da por ahí.

Monday: del inglés antiguo Mōnandæg, luego moon-day. Aquí se conserva la influencia latina, también evidente en la palabra castellana “lunes”. Y probablemente derive su uso del culto a la diosa lunar Máni, de probable origen proto-indoeuropeo.

Tuesday: en inglés antiguo Tiwesdæg, luego convertido a "Tīw's Day" es un día consagrado a Týr, dios nórdico asociado al heroísmo y la gloria, y por tanto a la guerra en la mentalidad nórdica.

Wednesday: Wōdnesdæg en inglés medieval, está dedicado a Wotan o Woden, nombres alnglosajones del dios escandinavo Óðinn.

Thursday: en inglés antiguo Þūnresdæg, luego simplificado a Thor’s Day, Día de Thor (el dios, no el cómic ;)

Friday: Frīġedæġ en inglés medieval, derivó en Frigg’s Day, y está consagrado a la diosa nórdica Frigg, esposa de Óðinn y custodia de la sabiduría.

Saturday: Esta vez de influencia romana. En inglés antiguo, según la versión de Beda el Venerable, sería sunnanæfen, o día de Saturno, evolucionando luego a Saturn’s Day.

Sunday: El día del Sol, Sun’s day, proviene del germano Sonntag, luego Sunnandæg en anglosajón, estrechamente emparentado con el Sunnudagr de las antiguas lenguas escandinavas. Es de hacer notar que no es sólo una simple transposición del Sol romano, sino que Sól o Sunna, en la mitología escandinava es hermano de Máni, la Luna, y hay referencias a ello en las dos Eddas de Snorri Sturluson.

Y ya. Se me acabaron los días.

El dios Óðinn