La caza de Eichmann

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Adolf Eichmann
Acabada la Segunda Guerra Mundial, todos sabemos que se hicieron a bombo y platillo los juicios de Nüremberg y algunos jerarcas nazis fueron colgados, y otros enviados a prisión. Pero la enorme mayoría escapó a la justicia, bien siendo exonerados, bien cumpliendo una condena ridícula, o bien huyendo a países amigos. Una de las rutas era, vía Italia, con la complicidad del Vaticano, hacia sudamérica. Allí, regímenes o bien pronazis o al menos indulgentes con el III Reich estaban más que dispuestos a acoger a los fugitivos, generalmente de la SS (el caso de la captación de científicos nazis por los Estados Unidos es un poco diferente. Sólo un poco). Argentina se distinguió en este aspecto, y se crearon verdaderas colonias alemanas, donde aún hoy se festeja el nacimiento de Hitler y otras lindezas. Incluso la Fuerza Aérea fue prácticamente creada por un as de la Luftwaffe, Hans Ulrich Rudel, gran piloto y ferviente nazi. Pero el caso que nos ocupa hoy tiene otro matiz.

Adolf Eichmann, junto con Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich, había sido uno de los arquitectos de la solución final al problema judío. Hombre inteligente y despiadado, había dado forma al sistema de los campos de concentración y exterminio. Burlando a la justicia, se había afincado en Buenos Aires con el beneplácito del gobierno del general Perón, viajando con un salvoconducto emitido por el Vaticano. Cambió su nombre por el de Ricardo Klement, obtuvo un DNI argentino y encontró trabajo como topógrafo y luego operario en la fábrica Mercedes Benz.

En contra de lo que muchos creen, Israel, en los primeros y turbulentos años de su existencia, no tenía un programa activo de búsqueda de nazis: estaban demasiado ocupados sobreviviendo al ataque incesante de cinco países coaligados que habían jurado echarlos al mar (frase literal del Gran Muftí de Jerusalén, amigo íntimo de Hitler). Cierto es que hubo una unidad no oficial, los Nokmin, que se dedicaron a ejecutar a cuanto nazi encontraron, pero eran mayormente judíos supervivientes de los campos, sin apoyo del Estado de Israel. Pero en 1957, Isser Harel, el director del Mossad, recibió la confirmación: se había localizado a Adolf Eichmann.

Dos años tardó en activarse la trampa. David Ben Gurión, primer ministro de Israel, exigía garantías absolutas de que ese hombre que llevaba una vida normal en Buenos Aires era efectivamente Eichmann. La Unidad 8513, encargada de la documentación fotográfica, tomó literalmente miles de fotos de Eichmann y de su esposa, también residente en Buenos Aires. Incluso ex prisioneros de los campos de concentración vieron las fotos y lo reconocieron. Finalmente, se aprobó la acción.

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Rafi Eitan
Un rasgo característico (posiblemente único en el mundo) del Mossad -no en la actualidad- es que jerarcas de alto nivel tomen parte activa en las operaciones. Así, el legendario luchador Rafi Eitan, subdirector de operaciones, no sólo formó parte del equipo, sino que integró la célula que secuestraría materialmente a Eichmann. Se alquilaron seis pisos francos y varios automóviles. Finalmente, la noche del 11 de mayo de 1960 se dio el golpe. Un coche vigilaba por si hacía su aparición la policía, y el otro, con Eitan a bordo, esperó estacionado a que la presa bajara del autobús. Cuando Adolf pasó al lado del coche, el hombre encargado de reducirlo y meterlo en el vehículo... tropezó con los cordones de un zapato. Una operación encubierta, tras dos años de preparación, en territorio hostil, estuvo a punto de irse al garete por un cordón desatado. Los otros dos hombres de apoyo, incluído Rafi, cogieron a Eichmann y lo metieron en el auto, saliendo disparados.

Lo que siguió tiene aires de tragicomedia. Tuvieron prisionero en un piso franco a su cautivo, sin hablarle y teniéndolo esposado a la cama. Se había borrado su tatuaje de la SS, pero el persuasivo Eitan finalmente le sacó su verdadero nombre. Ahora quedaba lo más difícil: sacarlo del país. Esperaba por ellos un avión de El Al con una pequeña modificación: tenía una celda disimulada en la parte trasera. El día designado, obligaron a Eichmann a beberse una botella de whisky y cuando cayó en un sopor etílico, lo vistieron con un traje de tripulante de avión. El resto del grupo también se vistió con ropas relacionadas con la aviación, y se rociaron generosamente con whisky. Al llegar al aeropuerto, formaban un vociferante y alegre grupo, con Eichmann dormido en el asiento trasero. Los soldados que custodiaban la entrada se desternillaron de risa, y los dejaron pasar sin ninguna averiguación. La Operación Garibaldi había terminado.

El resto es Historia. El gobierno argentino echó tierra sobre el asunto, Adolf Eichmann fue juzgado por crímenes contra la Humanidad, sentenciado a la horca, ejecutado e incinerado. Sus cenizas se esparcieron por el mar, para que ningún sitio se convirtiera en un santuario de peregrinación neonazi. Por una vez, y sin que sirviera de precedente, se hizo realidad aquella frase no habrá paz para los malvados. El amo y señor de la vida y la muerte de millones de seres humanos, había encontrado el fin que merecía.