Aquel hombre gris

Vivimos tiempos deslavazados y desesperanzados. Todo cuanto nos rodea a veces parece apocalíptico (en muchos lugares del mundo incluso postapocalíptico). Pero en medio de tanto motivo de desazón ocasionalmente se filtra un pequeño rayo de luz, a veces proveniente del pasado. 
Corría la Segunda Guerra Mundial. El Tercer Reich se batía en retirada, disputando cada palmo de terreno. El Ejército Rojo era una apisonadora en el este, Inglaterra y Estados Unidos machacaban desde el oeste. Italia iba siendo liberada de sur a norte. En medio de esa vorágine, los puentes sobre el Arno, en Florencia, fueron volados. Pero el cónsul alemán, un funcionario gris, seguramente leal servidor de su país, dijo que no se podía volar el Ponte Vecchio. Que sí, que las necesidades militares, que si la estrategia... pero ese hombre como tú y como yo entendió que hay cosas que están muy por encima de las contingencias temporales. Que el símbolo del Renacimiento italiano vale más que "la fe jurada y todas las ciénagas de Alemania", como diría Borges. Y gracias a la obstinación de ese hombre, de un solo hombre, el puente no voló. 
Desapareció el Tercer Reich, desapareció ese hombre gris, como todo desaparece tragado por el Tiempo y el olvido. Pero el Ponte Vecchio sigue viendo discurrir el Arno a sus pies.

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