Había leído mucho sobre ella, pero el verla me conmovió singularmente. Estaba en un bloque de piedra que un día coronó una tumba romana. La inscripción es emocionante, breve, y atraviesa los siglos como un tañido de dolor y buenos deseos: Sit Tibi Terra Levis, abreviada a la manera latina como S·T·T·L, que la tierra te sea leve. Ese conmovedor deseo de que la oscura tierra final no pese sobre el manes del difunto me parece el mejor de cuantos epitafios ha creado la humanidad en su larga relación con la parca. Veo esa piedra de un ciudadano de Roma, la Luz de Europa, y puedo imaginar el doliente cortejo, las humildes (pues humilde es la lápida) ofrendas, las sinceras plegarias, no a los grandes dioses tutelares de la patria romana, sino a los sencillos dioses domésticos. La gran M, el misterio de los misterios que ha atormentado a los Hombres desde siempre, al ser al parecer la única especie consciente de su mortalidad (Borges, siempre Borges, escribió: "ser inmortal es baladí, menos el hombre, todos los animales lo son, pues ignoran la muerte") inspira cosas como ésta, tan sencillas, y tan profundas. Pienso bastante en ella, aunque en nuestros tiempos se considera cosa rara, te tachan de cenizo, de fúnebre, de amargado y cosas peores. Pero ella está ahí, aunque no nos guste, o la escondamos. Otro día les hablaré de lo que pienso de ella, hoy los dejo con la hermosa lápida, que se encuentra en el Museo Arqueológico de Oviedo.