Tears in the rain (remembering)

Esto fue publicado originalmente como una nota en Facebook pero como casi nadie las lee la recupero aquí. Me gustan las enumeraciones, como es evidente.

Largas tardes de verano en un jardín que ya no existe, tumbado bajo un limonero con mis amigos Jules Verne y Víctor Hugo.
Una biblioteca que sin duda mi memoria magnifica, donde mi padre me enseñó el más precioso don, el de la lectura.
Madrugada de excitación y aventura en mi primer viaje que recuerde de vacaciones, en un Fiat 600.
Unos ojos que se apagaron.
La voz del piloto anunciando el despegue, inicio de una aventura incierta.
La primera vez que ví a Funny, con sus orejazas y su rabo expresivo, ladrando y buscando cariño como si nos conociéramos de toda la vida.
Cashel Castle, en St. Patrick's Rock, donde me sentí más irlandés que los irlandeses.
La primera cena con una personita especialísima, descubriendo nuevas cosas.
Calle Cafayate, número 1.327, donde el niño que fuí aún corre por el jardín.
El día en que con asombrado deleite elegí y compré mi primer libro.
Los dibujos de aviones que me revelaron lo que Richard Bach llamó para siempre el Don de Volar.
Una noche de tormenta, mirando los rayos con mi padre.
Las historias de la Guerra Civil contadas por un misterioso abuelo, en un salón siempre en media penumbra, con una bandera republicana en una esquina.
Champagne y alegría en casa cierto día de 1975 en que había muerto un señor malo en España, y probé por primera vez ese milagro francés con burbujas.
Escapadas del instituto para ver cine.
Una manifa estudiantil al grito de Policía Federal, la vergüenza nacional.
El bar de Julio, donde la música es atroz, las tapas abundantes y la compañía exquisita.
Una pistola que pesa 1250 gramos, y su primo el fusil de 5 kilogramos.
Una gata que se come mis plantas.
La cara de fiera de mi primer perro, Sauron, un dobermann que en verdad era un peluche (si hubiese entrado un ladrón, lo habría lamido meneando su ridículo rabo).
El pub Happiness Bridge, en Dublín, encontrando a un gaditano que tocaba el bodhran en un grupo celta.
Discusiones con mi padre sobre los méritos respectivos de Kropotkin y Bakunin, y su relación con la Utopía.
La espera angustiada en el portal, porque mi madre llegaba a casa tras el toque de queda.
Un profesor de historia que dio sus mejores clases para un grupo de incondicionales en una pizzería.
Las noches de verano en las que escrutaba el cielo nocturno con un pequeño telescopio.
Tantas y tantas cosas, tanta silenciosa sucesión de instantes derramados. Como dijo Roy, el replicante de Blade Runner... "todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia". Quizá eso es todo lo que somos, lágrimas en la lluvia. Que grande es Ridley Scott.

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