Desiertos

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Arizona, USA
Siempre me han fascinado los desiertos. No sé porqué. Nunca estuve en uno, y no puedo imaginar nada más distinto de un desierto que la superpoblada Buenos Aires. De niño miraba las fotos de desiertos que venían en mi atlas favorito (un tocho editado por el Reader's Digest llamado "El atlas de nuestro tiempo") y soñaba con ellos... recuerdo haber ido unas cuantas veces al cine a ver el documental "El desierto viviente". Soñaba con caravanas de camellos, con noches bajo cielos cuajados de estrellas como diamantes, con los blancos meharis.

Con la adolescencia el panorama se amplió. Conocí nombres míticos: Timbuctú, la caravana de sal de Taoudenni, la Transahariana, Agadés, la capital tuareg; Tamanrrassett, la ciudad de Argelia donde se encontraban los aventureros de todo el Sahara para intercambiar noticias, el padre Foucault, el macizo del Tassili con sus frescos rupestres... y otros desiertos que no eran el Sahara hicieron su entrada en mi imaginario: las dunas rojas del Kalahari, el Gobi, el desierto del sudoeste norteamericano... tuve la suerte de tener un profesor de Geografía que había recorrido el Sahara de cabo a rabo, y aún recuerdo una fascinante visita a su casa, llena de recuerdos de viaje.

No soy el único atrapado en el hechizo de esos lugares vacíos de toda presencia humana. Ilustres predecesores como el francés Foucault o el mismísimo Lawrence también sintieron la llamada de lo ignoto. A veces sueño con estar tumbado en la arena, mirando la bóveda celeste, perdiéndome en el infinito. Ese profesor que estuvo allí (desgraciadamente no recuerdo su nombre) me contó que una noche, estando así, tuvo que aferrarse a la arena, porque el cielo era tan vasto que perdió todo punto de referencia y sintió vértigo, como si fuera a caer hacia las estrellas. Esos sitios desolados, que para otros son el epítome de lo feo (no por nada en Estados Unidos lo llaman badlands, tierras malas) a mí me atraen de manera irresistible. Uno de mis sueños es recorrer esas tierras, en un land rover traqueteante o, mejor aún en un blanco mehari, como aquellos meharistas franceses que en los años '50 bajaban desde Argel hasta el meandro del Níger, en un viaje de meses de duración.
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Las dunas rojas del Kalahari
 Pero ojo, sé que una cosa son mis fantasías y otra la cruda realidad. El desierto es un entorno implacable, donde cualquier error puede ser fatal. Para colmo, sitios como el Sahara o el Rhub Al Khali son casi inaccesibles hoy para un occidental debido a la situación política. Rebelión del islamismo fundamentalista en Níger y Mali, Argelia en la cuerda floja, Libia convertida en un hervidero de dementes (mientras escribo estas líneas me entero del asesinato del embajador norteamericano), Egipto ha caído en manos de los Hermanos Musulmanes (leer los escritos del fundador de los susodichos Hermanos produce verdadero pavor)... la cosa no está para bromas. Probablemente moriré sin conocerlos, pero los llevo en el alma. Y en mis desiertos, los que viven en mis sueños, no hay dementes armados, el calor es algo soportable, y el Land Rover tiene una neverita con birra fría. Así que si alguna vez nos cruzamos en los caminos del sueño, y veis un solitario viajero vestido de caqui y dromedario blanco, ya saben de quién se trata. Haced un alto, y nos tomamos un té de menta. Y cuando la noche alce vuelo y las estrellas brillen, alrededor de la hoguera, nos contaremos batallitas y hazañas reales e imaginarias. Y luego, simplemente, escucharemos el silencio.

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