Ernst Schäfer |
Ante todo, juro que todo lo que voy a contar es verdad, no me he inventado nada. Puede parecerlo, por lo absurdo, pero no, desdichadamente no es ficticio.
Antes de entrar en materia, un resumen: les voy a contar la expedición de 1938 al Tíbet por parte de Ernst Schäfer, oficial de las SS. No hay que confundir esta expedición con la de "Siete años en el Tíbet", mucho más conocida debido a esa película, cuyo mayor mérito es mostrar a Brad Pitt, el terror de las nenas hace una década. Ésta fue patrocinada por un oscuro instituto de la Alemania nazi, y para entender qué diablos fueron a hacer estos hombres al Tíbet hay que hablar un poco de ciertas teorías nazis.
Es bien sabido que Heinrich Himmler, el jefe de la SS, era un ferviente ocultista. Tenía pasión por la llamada cosmogonía glacial de Hörbiger, que sucintamente viene a decir que el Universo se formó por un choque entre el fuego y el hielo. No, no hablaba metafóricamente: se refería a un choque real, físico. Parte de ese choque primigenio puede contemplarse hoy en el cielo: es la Vía Láctea, que no estaría formada por estrellas, como maliciosamente afirman los judíos, sino por copos de nieve. Una vez más, juro que no me estoy inventando nada, aunque sea difícil de creer. Y su otra pasión era el estudio de la raza Aria, un completo disparate antropológico. Pero sus nociones acerca de dónde procedía la presunta raza superior no eran antropológicas, sino que provenían del ocultismo, de los estrambóticos escritos de Helena Petrovna Blavatsky. Según esta señora, había habido en la Tierra varias razas dominantes que vivieron en distintos continentes convenientemente perdidos, pero perdernos en sus, llamémoslas teorías, nos llevaría medio día. El caso es que Himmler estaba convencido de que la raza Aria tenía un origen celestial, y que habría aterrizado en el Tíbet, fundando Shangri-La, dirigiéndose luego hacia Europa y especialmente Europa del norte.
Con salacot de las SS en Lhasa |
Bien. Una vez digerido lo anterior, ahora viene lo bueno: no contento con creer esas patrañas, Heini fundó todo un instituto para estudiar esas teorías, llamado Anenherbe (Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana, toma nombre), poblado por toda clase de lunáticos y chiflados, y algún que otro científico de verdad de tendencias nazis. Pues bien, en el año 1938 Himmler decidió que era hora de comprobar empíricamente sus creencias, y para darle lustre a la expedición contrató a Ernst Schäfer, un conocido explorador que ya había estado en el Tíbet. Éste, seducido por el hecho de que le incorporaran a la SS (una ganga en esos terribles tiempos) y por el hecho de poder volver a Lhasa con recursos ilimitados, aceptó. Montó una expedición, y nos da una idea del carácter de la misma que su segundo fuera un antropólogo, Bruno Beger. La entrada al Tíbet parece una novela de aventuras: con tambores de guerra sonando en Europa, los ingleses, desde la India, los volvieron locos tanto como pudieron, saboteando todo lo posible. Pero Schäfer era perro viejo, y no sólo los esquivó, sino que llegó a Lhasa, la Ciudad Prohibida, donde se hartó de filmar tibetanos, obtuvo miles de fotos, centenares de máscaras faciales (cosa de Beger), se reunió con el Regente del Tíbet que envió una absurda carta a Hitler (el hombre, evidentemente, no tenía la más remota idea de quien se trataba), y se trajo de regreso la primera colección conocida en Europa de los 108 rollos del Kangyur, uno de los libros sagrados del budismo. Alemania 1- Inglaterra 0.
De vuelta en casa, fue recibido en triunfo, y los expertos de la Anenherbe se abalanzaron sobre lo traído. Aparte de haber cazado una cabra desconocida para la ciencia occidental y de miles de metros de película con los cuales se montó una película inenarrable, "Tíbet secreto", obviamente no pudieron sacar nada en limpio acerca de raza alguna: concluyeron que los tibetanos eran una mezcla de caracteres de Asia central y del norte de la India (para eso no hace falta viajar al Tíbet: basta con mirar con atención una foto del Dalai Lama). Finalmente casi todos sus hallazgos se perdieron al final de la guerra.
La expedición en Lhasa |
Esto podría terminar aquí, pero aunque sin culpa alguna por parte de Schäfer, tuvo un corolario horripilante: la Anenherbe quiso comparar las máscaras de yeso de Beger con sujetos europeos y (cómo no) judíos. Existe evidencia de que prisioneros de los campos de concentración fueron elegidos por sus características físicas, asesinados y utilizados con este propósito. Algunos de estos cadáveres fueron encontrados al final de la guerra conservados en formol.
Schäfer murió en Sajonia a los 82 años, tras haber sido exonerado por un tribunal de los Aliados por su pertenencia a las SS: se tragaron el cuento de que fue reclutado a la fuerza. Esta absurda aventura me resulta ambivalente: por un lado su aspecto aventurero es divertido, pero el trasfondo que motivó esa aventura es aterrador, sobre todo por su resultado final. Para que luego digan que las pseudociencias no son peligrosas...