Armas

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Una de mis réplicas: el fusil de asalto Masada
Para desazón de muchas personas que me conocen, he de reconocer que me gustan las armas. Mucho. Cuando veo esos documentales sobre EE.UU., donde poseer un arsenal es legal y garantizado por la Constitución, se me cae la baba, lo mismo que cuando veo esos campos de tiro en el desierto donde por unos dólares puedes disparar cualquier artefacto imaginable.
Ya les he contado que una de las poquísimas actividades físicas que practico es el Airsoft, un juego de guerra con réplicas escala 1:1 de armas de guerra, si bien yo no llego a los extremos que alcanzan ciertos practicantes del juego, como tener piezas originales en sus equipos (conocí a uno que llevaba un chaleco de los Marines que había estado en la primera guerra del Golfo... una pequeña fortuna en Ebay)... pero más que nada por el dinero, no por falta de ganas.

Si me pongo freudiano, sé perfectamente dónde se fraguó este gusto por ellas: mi padre era un anarquista vertiente pacifista, y de niño me prohibió terminantemente que tuviera lo que él llamaba juguetes bélicos (esta sandez aún hoy tiene adeptos). Ya sabemos que para estimular el gusto desmedido por algo, no hay más que prohibirlo -alcohol, drogas...armas- de modo que no es de extrañar que lo primero que hice al cumplir la edad legal fuera comprar un revólver (una birria del calibre .22 con el cual no podías darle a una diana de cinco metros de diámetro a un palmo de distancia). Y dejemos el psicoanálisis aquí, que si pienso en teorías acerca de la identificación de las armas como símbolos fálicos me entra la risa y no puedo seguir escribiendo.

La primera vez que disparé algo fue en un polígono de tiro en Buenos Aires. Vivía en un barrio populoso, y una sociedad de cazadores se había montado unas líneas de tiro bastante decentes. Curiosamente, nunca se me dio por la caza, me parece bastante asqueroso dispararle a alguien que no puede devolverte el tiro. Es rastrero y cobarde. Pero bueno, allí disparé con pistola y fusil, y ante mi sorpresa descubrí que era un tirador más que aceptable. Con los años fui teniendo una pequeña colección, de las cuales la joya era una pistola semiautomática Beretta del .22. Cierta vez, en otro polígono, vi unos tipos que disparaban de una manera rarísima: se ponían de espaldas a la diana, y a una señal se daban vuelta como rayos, desenfundaban y disparaban en una décima de segundo, haciendo siempre dianas en la cabeza (usaban dianas con la silueta humana), Y el arma era esa, la Beretta .22... y por una indiscreción, me enteré de quiénes eran: tíos de la embajada israelí. Sólo años después até cabos, y cuando pude disparar esa joya entendí porqué la usaban: nunca volví a disparar un arma más suave y precisa.
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La Bersa calibre 22

En España la cosa cambió. Del otro lado del charco tú entras a una armería, compras lo que quieres, lo pagas, pones tu huella digital en un papel que va a la Policía, te vas de allí con el arma y a pegar tiros. Aquí no: certificado psicotécnico (la cosa más imbécil que te puedas imaginar, con preguntas en plan ¿le dispararía a su vecino por una discusión sobre lindes?), certificado de antecedentes penales -como si los ladrones compraran las armas legalmente-, certificado de estar inscrito en una Federación de tiro... y para comprar el arma más rollos, incluído el tener que comprar un armero. Y encima no te dan el arma inmediatamente, sino que tienes que ir a por ella a la Guardia Civil. Todo esto es bastante idiota: si alguien quiere un arma para fines non sanctos, las hay a porrillo; y si la quieres con fines recreativos toda esta parafernalia es completamente innecesaria: el psicotécnico no saldría negativo a menos que fueras Charles Manson, lo de federarte, a menos que vayas a competir es un mero pretexto para sacarte dinero, y lo del armero otra estupidez: no hay mejor salvaguarda que el sentido común y seguir a rajatabla los métodos de seguridad. Al fin y al cabo es lo de siempre: dinero, es un tinglado montado para que un montón de gente chupe del bote a costa de los que queremos divertirnos pegando unos tiros.

Mucha gente -incluídos los que se horrorizan por mi afición- suele soltar paridas como que si las armas se vendieran libremente esto sería "como en Estados Unidos" o que "sería como el Far West". Sinceramente, decir eso en un país que tiene un problema gravísimo de violencia contra la mujer, en donde las pobres son acuchilladas como método de asesinato me parece una frivolidad. Si alguien quiere matar, lo hará, sea con una pistola, un cuchillo de cocina o tirándote por la ventana. No hay más. El arma es sólo la herramienta, no tiene voluntad propia. Como dijo Thulsa Doom, "el acero es débil comparado con la mano que lo esgrime". Y si temen que esto fuera el Far West... ¡pues qué mal concepto de sus compatriotas, joder!. Y recordemos una vez más que los malhechores no tienen problema ninguno en hacerse con un arma, pues como dicen en los States: si las armas están fuera de la ley, sólo los fuera de la ley tendrán armas.