Momentos de infarto

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Módulo lunar fotografiado por Mick Collins
Hoy les voy a contar algo sobre la llegada del hombre a la Luna que no suele conocerse, salvo por los freakys del tema. No, no es ninguna estupidez acerca de que fue un montaje, o que encontraron ruinas extraterrestres, ni ninguna otra pelotudez de las que adoran los conspiranoicos y los chiflados de los OVNIs. Es simplemente el relato del alunizaje que no fue conocido por el gran público tal cual ocurrió por la política de la NASA en aquellos años.

Antes que nada hay que situarse en la época: en plena guerra fría, el presidente Kennedy decide impulsar el proyecto Apollo como una muestra del poderío norteamericano y un desafío a la URSS (los soviéticos también tuvieron su programa lunar, cosa no muy conocida). Y se decidió que la NASA tendría una política de transparencia total -por ejemplo el desastre del Apollo 1, donde perecieron en tierra 3 astronautas, se contó con pelos y señales-, pero eso chocaba frontalmente con las exigencias del equipo de relaciones públicas, que quería mostrar una imagen impoluta de la Agencia. Finalmente, todo quedó en una especie de equilibrio.

La misión Apollo 11 empezó de forma perfecta: el cohete Saturn V diseñado por Wherner Von Braun se comportó de forma soberbia (de todas las veces que se utilizó, sólo tuvo un fallo sin consecuencias, el apagado prematuro de un motor en la malhadada misión Apollo 13), el trayecto a la Luna se realizó sin incidentes, las complejas maniobras para extraer y acoplar el módulo lunar fueron sobre ruedas. Pero quedaba lo más difícil: pilotar el minúsculo y frágil módulo hasta alunizar (Neil Armstrong contaría, muchos años después, que él estimaba las posibilidades de alunizar y regresar con vida en sólo un 50%). Muchos se sorprenden por el desgarbado aspecto del módulo, con sus finas patas de araña, pero la razón es una y sólo una: el peso. Cada gramo -literalmente- añadido a una nave tiene un impacto enorme a la hora de lanzarla... tanto se recortó que por no tener, no tenía asientos, los astronautas tenían que estar todo el tiempo en la Luna de pie. Y no es fácil, según cuentan, pilotar en el vacío, no es lo mismo que llevar un helicóptero o un avión.

Pues bien, se aproximaban velozmente al sito de alunizaje, que había sido elegido desde la Tierra mediante los mejores telescopios, cuando Neil descubrió con horror dos cosas: una, que iban demasiado rápido, y la otra era que la supuesta planicie como un campo de golf donde debía posarse estaba erizada de rocas, la menor de las cuales podría despedazar el frágil vehículo. Y aquí entran en juego dos cualidades que lo hacían único: sus miles de horas de vuelo, que aportan la capacidad de tomar decisiones instantáneas; y su legendaria sangre fría, que le había valido el apodo de el hombre de hielo. Quizá otro comandante habría abortado la misión, pero no él. Para completar el cuadro de un desastre potencial, una alarma no paraba de chillar (luego se descubrió que no tenía mayor importancia, y la provocaba una sobrecarga del rudimentario ordenador de a bordo) y el radar de altura se estaba comportando de manera errática. Pero Neil era de una pasta especial: pilotando a ojo, pasó de largo el sitio de aterrizaje mientras Buzz Aldrin le recitaba con voz neutra el escaso combustible que quedaba y la altitud. En Houston intuían que algo pasaba, pero no era momento de incordiar con preguntas (en un momento así, el CAPCOM lo mejor que puede hacer es estarse calladito). Finalmente, divisó un sitio prometedor.
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Comandante Neil Armstrong

El resto es Historia. Puso el módulo en posición vertical (con lo cual perdió la visibilidad de las minúsculas ventanillas), y descendió hasta que las varillas con los sensores de contacto pitaron. Apagó el motor de descenso, y posó la nave como una pluma... quedaban escasos segundos de combustible. Los de Control de misión respiraron, incluso le dijeron a Neil que algunos en la sala se habían puesto azules. Pero ésta, la verdadera historia del alunizaje, no fue la que se contó inmediatamente al público: el momento era tan importante, que la NASA prefirió ofrecer la imagen de una misión perfecta, sin contratiempos. Pero al poco se supo la verdad, y eso cambió para siempre la política de comunicación de la Agencia: se adoptó, realmente esta vez, la transparencia total. Además, eso les permitía alardear de que Estados Unidos no ocultaba nada, al contrario de los soviéticos (efectivamente, la URSS tenía una política de secretismo total). Esto podría verse dramáticamente reflejado en lo que se llamó el más glorioso desastre de la NASA, la misión Apollo 13, donde no se ocultó ni tergiversó absolutamente nada (para los familiares fue un trago muy duro).

Personalmente, creo que no retransmitir exactamente lo que sucedía fue un grave error. Este alunizaje, con sus problemas y errores, antes que menoscabar la imagen de la NASA, la enaltece, la humaniza. Se demostró que sus astronautas estaban en condiciones de realizar una de las más grandes proezas de la humanidad en condiciones adversas y difíciles, que la exploración del espacio es peligrosa y arriesgada, que sólo gente de una pasta especial puede embarcarse en esa aventura. Lo bueno es que aprendieron la lección, y no hay más que entrar en su web para comprobar que no se oculta absolutamente nada (podría pasarme el resto de mi vida mirando el material de archivo, y no terminaría, y es accesible a cualquier persona). En fin, este Peregrino no viajará a la Luna, pero la lección de Neil sigue siendo válida: en caso de ver que se acerca algo jodido, mantén la calma, busca la solución y si no la hay, pues elude el asunto hasta que puedas encontrar un terreno más amistoso.

P.S.: Como ven, me resulta difícil no escribir sobre temas del espacio. A quien le interesen estas cosas, pueden visitar mi otro blog, El gato cuántico, pinchando AQUÍ. Aunque lo tengo un poco abandonado, pobre...