Truman Burbank |
Anoche volví a ver esa magnífica película de Peter Weir que es "El show de Truman". El mejor papel, en mi opinión, que ha interpretado el siempre excesivo Jim Carrey. Mucha gente ha visto en ella una metáfora sobre la televisión y su enorme poder (y falta absoluta de escrúpulos), pero en mi concepto va más allá, mucho más allá.
Resumamos para ese extraterrestre venido del planeta Gliese 581C que lee este blog y no ha visto la peli: una corporación televisiva adopta un bebé, y retransmite su vida entera en directo. Todos sus actos (menos el sexo, hipocresía suprema) son emitidos por miles de cámaras. Y lo más inquietante es que este hombre vive en una ciudad ficticia, que en realidad es un gigantesco plató (o como se escriba). Todos, su mujer, sus padres, sus vecinos, el barrendero de la esquina, son actores o extras. Por una serie de acontecimientos fortuitos, Truman se percata de lo que pasa, y finalmente escapa de su prisión.
¿De qué estamos hablando aquí? De manipulación, de cómo lo que damos por sentado en nuestra realidad diaria no es más que un decorado, orquestado por otros para orientar nuestro pensamiento en determinada dirección. Ojo, no soy dado a historias de conspiraciones idiotas, no creo que la llegada del hombre a la Luna sea un montaje de la CIA o que ninguna agencia secreta esté manipulando mi cerebro. Estoy todo lo cuerdo que puedo estar en este mundo enloquecido. Pero sí creo que ese filme refleja bastante bien la realidad del occidente industrializado. Al fin y al cabo, la visión de la realidad la construimos en base a los inputs de información que recibimos, pero esa información no es aséptica ni inocente: son empresas concretas, con dueños concretos, que sirven a intereses concretos. Nuestra callada aceptación de nuestra jaula de oro, nuestra felicidad ilusoria producida por el consumismo desenfrenado, no creo que tenga otro origen que esa visión manipulada de la realidad.
Christof |
Especialmente memorable es el personaje interpretado por ese enorme actor que es Ed Harris: el creador del show, irónicamente bautizado como Christof. Dos de sus frases son claves para apuntalar mi interpretación: en un reportaje, alguien del público le reprocha que tenga a su personaje prisionero en esa ciudad ideal, pero ficticia. Y él responde que si Truman quisiera huir, que si verdaderamente deseara irse, si lo quisiera con toda su alma, lo haría, que ellos no podrían detenerlo. ¿Quién de nosotros no ha pensado, en un momento de hartazgo con nuestra dorada prisión, en largarse, cambiar radicalmente de vida, abandonar el plató, vamos? ¿Y quién lo ha hecho realmente? Casi nadie, apuesto a que ninguno de mis lector@s conoce de primera mano a alguien que lo haya hecho.
La segunda escena es en el final de la película. Christof habla con Truman, a punto de abandonar el circo que constituye su vida, y le dice: "Escúchame Truman, ahí fuera no hay más verdad que la que hay en el mundo que he creado para ti. Las misma mentiras, los mismos engaños, pero en mi mundo, tú no tienes nada que temer". Y ahí hay una verdad profunda. Los espectadores, los que mantenían económicamente a la serie comprando merchandising seguramente se consideraban libres, y veían a Truman como un ejemplar de zoo. Pero ellos mismos no eran más que otros tantos millones de Trumans, tan manipulados y engañados como el desventurado protagonista. Y hay una gran diferencia entre nosotros y él: nosotros sabemos perfectamente que estamos siendo manipulados y engañados, no como él, que lo ignoraba. Pero aún sabiéndolo, aún sabiendo que toda esta sociedad basada en el consumo que ha llegado al paroxismo del absurdo es falsa de cabo a rabo, un mal decorado de cartón piedra, seguimos la charada y actuamos como si fuéramos libres.
Hay cine de mero entretenimiento y gran calidad, y hay cine que te remueve la conciencia y el alma. Y "El show de Truman" es un espléndido ejemplo de este último.
(No pude resistirme a poner la escena final)