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Rumbo a Firenze |
Sí, ya.
"El don de volar" es un libro de
Richard Bach que trata de aviones. No pretendo afanarle el título, pero me parece una hermosa frase para definir un poco porqué me fascinan los aviones, esas criaturas del aire que los humanos hemos creado para llevar a cabo la que quizá es la más antinatural de nuestras actividades. Al fin y al cabo, muchos animales terrestres nadan, pero volar... volar es otra cosa.
Estuve fascinado por los aviones desde que tengo uso de razón. Recuerdo que algunos de mis primeros y torpes dibujos intentando utilizar la perspectiva eran de aviones vistos de frente. Los documentales donde salían me encantaban, y mi padre fue bastante cómplice: dos de mis salidas predilectas eran al Aeropuerto Internacional y al Aeroparque. En efecto, Buenos Aires tiene dos aeródromos: el grande, el internacional, a unos kilómetros, en la localidad de Ezeiza; y el pequeño, para los vuelos de cabotaje, en la Costanera, al lado del río y se puede decir que embutido en la ciudad (milagro es que ningún avión se haya accidentado cayendo en medio de las casas. Dicen que dios es argentino, y quizá tengan razón). En el aeropuerto de Ezeiza había una terraza acristalada desde la cual se podían ver los despegues y aterrizajes; y en el Aeroparque la pista de aterrizaje terminaba a escasa distancia de una avenida, con lo cual podías sentarte allí y los aviones te pasaban a pocos metros por encima, lo cual era el súmmum de mis experiencias infantiles.
Luego descubrí los libros de Richard Bach.
Juan Salvador Gaviota, cómo no, pero también "Biplano" o el maravilloso "Ajeno a la Tierra". En estos libros aprendí del gozo que se siente al abandonar las restricciones que nos impone la superficie terrestre a los mandos de un avión, esa extensión del cuerpo que le presta sus alas a un piloto, me enseñó que un Avión (con mayúsculas) es más que una colección de pernos, trozos de metal y de plástico y puede hacerte un favor si lo amas y lo tratas con mimo, que un piloto puede disfrutar mientras vuela en el más amplio sentido de la palabra, llegando a amar el cielo de tal manera que la vida sin él no le parece digna de ser vivida.
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F 16 |
Tuve bastante trajín con aviones, aunque nunca (hasta ahora) cumplí mi sueño de pilotar un avión; de momento entra en la categoría de "tareas pendientes", porque ser acarreado por el aire como ganado realmente no puede ser calificado como "volar". Pero de todos modos tengo en la retina imágenes impresionantes, como Río de Janeiro brillando en la noche como una joya, o la Torre Eiffel vista desde allá arriba. Para terminar, debo confesar que lo que de verdad me chifla son los aviones de combate. Dejadme de Jumbos y de avionetas... lo mío son los esbeltos ángeles de la muerte como el F16, el F18, el Mirage, el Sabre, el Me 109, el Spitfire. Nunca volaré uno de ésos, pero por eso, y pensando en nosotros, los locos del aire, el dios de los aviones creó los videojuegos simuladores de vuelo.