Jorge Luis Borges |
Me confieso borgiano. Y borgiano viejo. Este maravilloso escritor es uno de los casos más complejos y fascinantes de la literatura argentina. Empezaré por lo que más me indigna: apostaría sin riesgo a que el 99% de sus detractores no ha leído ni una línea suya. Naturalmente, están quienes lo han leído y, por lo que sea, no les ha gustado. Totalmente respetable, para gustos, colores. Pero sus más feroces críticos no son precisamente críticos literarios, sino políticos. Si tienen curiosidad (y enormes dosis de paciencia), pueden meterse en cualquier foro literario argentino y echar un vistazo. No tardarán más de 30 segundos en encontrar las palabras "gorila" (peyorativamente: contrario al peronismo), "vendepatria", "cipayo" y otra sarta de gansadas de carácter político y que nada tienen que ver con la literatura. O sea, se critica ferozmente a un escritor por no coincidir con tus ideas políticas, no por lo que ha escrito y cómo. Es, en cierta forma, aterrador; y penoso: hacer exhibición y alarde de tu fanatismo e incultura me parece bastante triste. Y para colmo ahora se ha puesto de moda escribir cualquier basura pastelosa referida al amor o la amistad y adjudicársela, y una sarta de iletrados lo repiten como loros, cuando es evidente desde la primera línea que no es del Maestro. Cosas veredes...
Pero dejemos a los hooligans y veamos qué características me gustan de don Jorge Luis. En primer lugar, es una criatura de erudición pura. Hablando de Quevedo, J.L.B. dijo que era "menos un hombre que una compleja y dilatada literatura", y no hay frase que mejor lo defina a él mismo. Y esa pasmosa erudición (cualquier texto suyo tiene una intertextualidad asombrosa) nos obliga a hacer un ejercicio altamente beneficioso: informarnos y buscar otras fuentes para entender cabalmente lo leído. Para comprender ciertas cosas suyas, terminé metido en la literatura nórdica medieval, que de otra forma me habría perdido, trabé contacto con el olvidado Spencer, conocí cosas de Quevedo, leí el Martín Fierro con otros ojos, y tantas otras cosas. Sólo por el valor añadido de su obra, mi deuda con él es inmensa.
El libro de arena |
Otro aspecto fascinante es que fue capaz de manejarse con desenvoltura en tres géneros completamente disímiles: la poesía, el ensayo y el relato breve (mi género favorito). Sus poesías, en principio, destacan por su temática: huyen de la temática amorosa (tan abundante o sobreabundante, y tan maltratada) para tocar temas tan diferentes como la batalla de Brunanburh, el asesinato del general Quiroga o -mi favorita- la creación de un Golem por un rabbí. Sus ensayos son memorables, y también variopintos, dada su vastísima erudición, y nos dejan frases memorables y lapidarias: hablando de cierto tipo que no le caía bien, soltó esta frase aniquiladora: "la trivialidad continua del pensamiento no lo exime del pintoresco dislate". Sinceramente, no se me ocurre forma más elegante de llamarte "pedazo de idiota".
Y finalmente, su cuentos... qué decir que no haya sido dicho ya. La silenciosa invasión de nuestro mundo por los objetos de Tlön, el infinito Libro de Arena, la Biblioteca total, el Congreso del Mundo, la terrible crucifixión de Baltasar Espinosa, los tigres azules, el soñador que es a su vez un hombre soñado... todo un universo, poblado por posibilidades inquietantes, tigres, espejos abominables, sucesos anómalos, todo ello con la prosa más exquisita que haya producido la lengua castellana.
Cierto es que leer a Borges no es fácil: exige a su lector, y le exige mucho. No es malo leerlo teniendo un diccionario a mano, y como ya dije, su lectura nos obligará inevitablemente a beber de otras fuentes para su comprensión cabal. Pero vale la pena, vaya que si vale la pena. Así que por El Aleph, por los infames históricos, por los libros de arena y las Bibliotecas infinitas, por el amor de Ulrikke, por los tigres, por los espejos que "multiplican el número de los hombres", por las espadas sajonas y las runas vikingas, por el tango y los malevos, por Buenos Aires y el Infinito... gracias. Gracias, Don Jorge Luis.