Sadhus en Varanasi |
La India, enorme, enigmática, compleja, contradictoria, es una de las pasiones del Peregrino Gris. Desde el "hedor pestilencial de Calcuta" (Borges dixit) hasta la etérea belleza del Taj Mahal, pasando por la arquitectura colonial, la Sij, los vestigios portugueses de Goa, los templos eróticos de Kahurajo... y sus gentes, tan diversas, miles de lenguas, centenares de religiones, decenas y decenas de estilos gastronómicos... no conozco país más apabullante.
Reconozco que no toda la India me interesa por igual. Para ser como House, brutalmente sincero, no pagaría una rupia por conocer Delhi, Kolkata o Mumbai, y me gusta mucho más el Norte que el Sur. Debo reconocer que mi atracción nació con mis lecturas infantiles, no tanto Kipling & cía, sino con un libro del que ya os he hablado: "El mundo pintoresco". Os he contado que, cuando yo lo leía, se hallaba ya totalmente desfasado, de modo que las imágenes que impresionaron mis retinas infantiles eran ya sólo un recuerdo (aún puedo ver con los ojos de la memoria las fotos de los Maharajás). De modo que, aún hoy, mi visión de la India es distorsionada, seguramente romántica e irreal. La lectura de algunos de sus textos sagrados -me tragué trozos extensos de los Vedas y los Upanishads, por no hablar de los textos del canon budista- moldearon mi interés histórico-geográfico.
Palacio en Rajastán |
Si alguna vez, de alguna manera que no puedo imaginar, pudiera viajar a la India, creo que me centraría en el Ganges. El espléndido cuerpo de la diosa Gánga, tendido desde el Himalaya hasta desaguar en el Golfo de Bengala. Comenzaría por el Norte, en su nacimiento en Gangotri. Un arroyo de aguas frías, brincando entre peñascos habitados por anacoretas de toda laya, desde sadhus devotos de Shiva hasta occidentales en plan turismo espiritual (o que simplemente han abandonado la sociedad, hastiados). Luego la ciudad santa de Haridwar, donde hay uno de los espectáculos religiosos más importantes del mundo (llegan a congregarse millones (sí, millones) de personas); Varanasi, la ciudad sagrada del hinduísmo, famosa por sus incineraciones: morir en Varanasi, y que tus cenizas sean arrojadas al Ganges, limpia tu Karma y te asegura un renacimiento favorable, o incluso lo que todo hindú (o budista) anhela: salir de la rueda del renacimiento, no volver nunca más, aniquilarse. Y naturalmente, por mis devaneos con el budismo (no creo que nunca hable de esto en detalle en un sitio tan público como un blog), querría conocer algunos de sus sitios emblemáticos, como Bodhigaya, donde se venera el árbol bajo el cual el Buddha alcanzó la Iluminación, o Kushinagara, donde murió.
Me pregunto a veces cómo reaccionaría ante el encuentro de "mi" India imaginada, construída en base a lecturas y mitos, con la India real. Quienes han estado allí me cuentan que la pobreza de muchas de sus gentes te golpea como un mazazo, que mucha de su gastronomía es inaccesible para nuestros delicados estómagos, que la "pensión Casa La Paca" de España allí recibiría 5 estrellas... seguramente sea así. Pero de todos modos no me gustaría morir sin conocerla. Si alguna vez los senderos del mundo me llevan a peregrinar por las orillas del Ganges, afrontaré el reto con gusto. Que no se diga que el Peregrino gris se echa atrás ante un desafío.