La frontera final

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Atardecer... en Marte
Desde su origen africano, la Humanidad ha recorrido un largo trecho. Somos quizá la especie más exitosa que la evolución haya producido: nuestra adaptación al cambio nos hace extraordinarios. Edades glaciales, guerras, pestes, movimientos migratorios... ha sucedido de todo, y la Humanidad sigue aquí. Como primates, somos curiosos y exploradores. No nos quedamos confinados a las sabanas africanas, siempre queríamos saber qué había detrás del horizonte, y eso nos llevó a colonizar lo inimaginable, como los Himalayas o el Ártico. Y ese impulso no se ha agotado, naturalmente, el problema es que ¡se nos acaba el planeta!. Y aunque fuera por razones políticas, la Humanidad miró hacia el cielo.

Carl Sagan llamaba a la superficie de la Tierra "la orilla del océano cósmico", y decía que, en lo más profundo de nosotros, sabemos que provenimos del Cosmos, y que anhelamos regresar. Hemos dado un salto de gigante, claro: ya podemos decir que somos la única especie que ha abandonado su hogar ancestral para poner pie en otro mundo. Cierto es que luego de aquel extraordinario suceso la ceguera y la imbecilidad supina de los políticos y sus mezquinos intereses nos hicieron dar un salto enorme... hacia atrás. Hoy sólo tenemos la Estación Espacial Internacional, una maravilla de la ingeniería, pero que se encuentra sólo a unos cientos de kilómetros de altura. La verdadera aventura, la frontera de verdad, se encuentra mucho más allá. Próxima parada, Marte. A pesar de los políticos, creo firmemente que iremos. Un consorcio de naciones quizá, es una empresa demasiado vasta como para ser asumida en solitario.

Y aquí viene la pregunta: viendo lo que hemos hecho con nuestro planeta... ¿tenemos derecho a expandirnos fuera de él? Habiendo otras necesidades, ¿vale la pena la exploración espacial? Yo creo que la respuesta a ambas preguntas es sí. En primer lugar, nuestra presencia continuada en otros mundos, al menos en los próximos cientos de años, sería muy limitada, muy parecida a las bases de investigación científica de la Antártida, y en el caso de construirse naves autónomas de gran tamaño, no parecen suponer ningún peligro para el ilimitado Universo; y la otra pregunta me parece directamente absurda. Si el ser humano no fuera explorador, no sería humano. Con ese criterio ¿para qué diablos se gastó dinero en las expediciones de Magallanes o Darwin cuando en Europa había gente que pasaba hambre? ¿porqué habernos movido de las cálidas (y llenas de animales) sabanas africanas, con lo bien que estábamos, para ir a parar a sitios inhóspitos? Esa mentalidad conduce al inmovilismo, y esa sí es una garantía segura de desastre. Si los detractores de la exploración espacial supieran que toda (toda, completa) una misión de un transbordador espacial costaba más o menos lo mismo que un bombardero estratégico, quizá pensarían que, puestos a recortar, se pueden recortar otras cosas.
En fin, lo dejo aquí que cuando pienso en el espacio y el futuro se me dispara la cabeza, y va a quedar una entrada de tres kilómetros. Lo único que lamento de todo esto es que no podré verlo. El asunto de la mortalidad es muy mal negocio.