Hay veces que eres testigo de cosas de las que no sabes su importancia... en la inocencia de la niñez, no caes en la cuenta, y sólo los años te dan la perspectiva y los conocimientos.
Recuerdo a mi abuela, de pie en la puerta de casa, angustiada. Era porque mi madre volvía de trabajar después de las 20:00 horas, y a esa hora empezaba el toque de queda. Andar por la calle te exponía a ser presa de los cánceres de la sociedad: la policía, el ejército o los paramilitares.
Recuerdo mi madre metiéndome de prisa en un negocio porque pasaba un coche Ford Falcon color verde oliva, sin matrícula, con unos gorilas dentro sacando los fusiles y las pistolas por las ventanillas.
Recuerdo una de esas excursiones escolares en la que nos hicieron tirar al suelo del autobús... había un coche destrozado rodeado de milicos... El chofer nos dijo "quedense abajo, son subversivos!!"
Recuerdo ir con mi padre y encontrar una calle cortada por los cerdos... una casa estaba literalmente demolida a disparos.
Recuerdo una mañana en que íbamos al río, al club de pescadores (odio la pesca, pero a mi padre le gustaba), y un cerdo de la gendarmería lo encañonó con el fusil al pedirle los documentos... otro, mientras tanto, le puso una pegatina en el cristal del coche que decía "los argentinos somos derechos y humanos", una operación absurda por el maldito mundial de fútbol del '78, con la cual se pretendía neutralizar las denuncias por las violaciones a los derechos humanos en el extranjero.
Recuerdo pasar por la comisaría 42 de infausta fama, y ver unos cadáveres tendidos en la puerta rodeados de polis. Les habían pintado numeros con una brocha en el pecho... 1, 2, 3, 4, 5.
Convives con el horror, y en la elemental ignorancia de la niñez no lo sabes. Pero creces, la memoria es larga, y lo tengo claro: ni olvido, ni perdón. Nunca.