Oświęcim

La mujer de la foto sonreía. No estaba sola, miles, decenas de miles de fotos la rodeaban en un montón inmenso: orgullosos y marciales soldados, niños pulcros con pantalones cortos y grandes moños, ancianos que miraban serios esa máquina que no entendían del todo. Y ésa era sólo una de las montañas: fatigadas pirámides de zapatos con los cordones anudados inútilmente, esperando aún el trajín de sus dueños, pilas y más pilas de ropas variopintas, de mujer, de hombre, de niño. Y un surtido caótico de cochecitos de bebé, gafas, llaves, plumas estilográficas… un universo entero de cosas que alguna vez fueron animadas por manos y cuerpos  tragados por el olvido. Pero no podía dejar de mirar la foto de la mujer sonriente, y aunque en el enorme recinto imperaba un silencio sepulcral, quise taparme los oídos para no oír más los angustiosos alaridos de terror cuando se cerraba la puerta, se apagaba la luz, y comenzaba el siseo.

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