Mi amigo Jules Verne

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De las largas tardes de verano pasadas en un desvanecido jardín, leyendo debajo de un árbol, recuerdo con especial cariño las dedicadas a la grata compañía de Jules Verne. Mi padre no fue nunca amigo de la llamada "literatura infantil", y mi salto de los típicos libritos de iniciación a la lectura a la literatura con mayúsculas fué bastante rápido, así que compró (con gran esfuerzo, me consta), una serie de libros encuadernados donde se hallaban grandes tesoros de la literatura. Y en esa colección había varios de monsieur Verne. 

Cierto es que algunas de sus obras más conocidas adolecen de algunos defectos (los interminables catálogos de peces de 20.000 leguas de viaje submarino son abominables), pero en general su obra produjo un gran impacto en mi imaginación infantil. Recuerdo con especial cariño "Viaje al centro de la Tierra", con el irascible profesor Lidenbrock y sus dinosaurios -origen quizá de mi fascinación, que perdura hasta hoy, por aquellos animales-, "Un invierno entre los hielos", editada en España como "Las aventuras del Capitán Hatteras", como no puede ser de otra manera "De la Tierra a la Luna", y mi favorito, un libro que quedó descabalado por el uso, "Los hijos del Capitán Grant". Este último narra con asombrosa precisión de detalle el periplo de unos bravos marinos escoceses a través de la Patagonia, Australia y Nueva Zelanda, y recuerdo mi asombro infantil cuando Verne menciona las "mojarritas", unos pececillos que solíamos pescar en el Río de la Plata.

En aquella época lo ignoraba yo todo acerca de la vida de Verne, pero sin saberlo "Los hijos del Capitán Grant" contienen una excelente descripción del mismo Jules: durante el cruce de los Andes, el delirante geógrafo (francés) Paganel va dando indicaciones a la expedición ante el asombro de los guías... finalmente uno de éstos, intrigado, le pregunta su ha pasado ya por allí, y el otro, muy serio, le responde que sí -¿en una mula?- le interrogan -no, en un sillón- es la memorable respuesta. Y efectivamente, Verne había viajado por todos esos sitios en su mente, por medio de todos los materiales accesibles en su época, completando su obra con notables dosis de ingenio e imaginación. Quizá hoy su lectura sea demasiado ingenua para estos tiempos brutales, o los niños de hoy encuentren aburridos esos grandes libros; o puede haber un mero desconocimiento. No lo sé (cada vez tengo más preguntas y menos respuestas), pero estoy agradecido al hombre aquel que con sus aciertos y errores introdujo al gran maestro francés en mi vida.