El Peregrino Gris, entusiasta de los temas del espacio, está triste hoy. Se nos ha ido Neil, el hombre de los nervios de acero, quizá el mejor de los astronautas del programa Apollo. Para definirlo basta un hecho: fuera de los fans del tema, pocos saben que el alunizaje del Apollo 11 estuvo en un tris de terminar en una catástrofe: el módulo lunar iba demasiado rápido, y el sitio elegido no era una llanura lisa como se creía por las fotografías, sino que estaba erizado de rocas capaces de destrozar el frágil módulo. Otro con menos sangre fría hubiera abortado la misión, y nadie se lo hubiera reprochado. Pero no él. El hombre de hielo mantuvo el control de la nave, pilotándola como si fuera un helicóptero, hasta posarla como una pluma, con apenas unos segundos de combustible en los tanques de la pequeña nave.
En una época en que los astronautas se comportaban un poco como estrellas de rock, muchos se referían a él como "el monje". Vivía y siguió viviendo en una pequeña ciudad y no explotó su inmensa popularidad para forrarse mediante entrevistas, al contrario, se mantuvo alejado siempre de la prensa. Trabajó duro en la NASA y como profesor, así como en la industria aeroespacial. Para terminar me gustaría citar las palabras de su familia al anunciar su fallecimiento:
"Para honrar a Neil, tenemos una simple solicitud. Honrar su ejemplo de servicio, cumplimiento y modestia; y la próxima vez que camine afuera en una noche clara y vea la Luna sonriente, creo que Neil le hará un guiño."
Les dejo como regalo su voz, esos hermosos segundos en los que anunció que había dado un paso muy pequeño para un hombre, pero un salto de gigante para la Humanidad: